Fue una visita corta y jugosa. Mis metas eran: visitar una exposición de arte, comer en el nuevo restaurant de Mauro Colagreco, GrandCoeur, en el barrio le Marais, y si me quedaba tiempo en ese día y medio, entrar una vez más a Notre Dame.
Caminando y caminando…
Amaneció un día frío y gris. Salimos caminando y paramos cerca del hotel a tomar un café en la terraza del hotel Place Aténée de la avenida Montagne. Lugar refinado, atención perfecta. Los toldos rojos que cubren las ventanas de la planta baja del hotel, tienen en su reverso, impresión de grabados de Fragonard, en blanco y negro. de damas de capelina y flores. Francia romántica en su apogeo. Tomamos un café expreso presentado en una vajilla de diseño, y una vienosse de crema de caramelo, impresionante. A pesar del frío, la terraza es un lugar acogedor, estufas aéreas, y un cerco perimetral de arbustivas perfectamente podado le dan privacidad y confort a los comensales. Desde allí, asistimos al desfile de personajes que pasean por ésta avenida, mujeres-diosas, autos de película, y dónde las casas de diseñadores de moda famosos, alternan con hoteles y edificios de fachadas elegantes, y vidrieras que tienen un impacto visual que atrapa.
Caminando y caminando, llegamos al Musée d’Orsay, ex estación de tren que alberga la colección de arte impresionista más completa del país. Es un edificio magnífico, cuya calidad arquitectónica, vale por sí sola la visita. La exposición: Henri Rousseau, llamada Rousseau el Aduanero, La Inocencia Arcaica. Alude a una colección de cuadros que reflejan su actividad como funcionario de aduanas, y a partir de esa premisa, busca mostrar obras dónde se le relaciona con su actividad, su vida diaria, su familia, sus vecinos, los paisajes de la ciudad, la cotidianidad que le rodeaba, y mostrar a su vez, los pintores que buscaron en su pintura un camino de inspiración como Léger, Picasso, Otto Dix, Carrá, Morandi, Kandinsky, por nombrar algunos.
Y de allí, salimos a visitar el barrio le Marais, y una pasadita por la place de Vosges, que es una belleza de arquitectura urbana parisina, rincón silencioso en medio de la ciudad, dónde es precioso caminar por sus laterales techados, y sus vidrieras de galerías de arte.
GrandCoeur, restaurant del Chef argentino Mauro Colagreco, se encuentra en el número 41 de Rue du Temple. El edificio es de dos plantas, clásico, importante, dónde en dos de las tres alas edificadas, funciona una Academia de Ballet. Hay que pasar el gran portal que se abre con sobria elegancia al patio o cour central empedrado del edificio, para encontrar las mesas en la terraza que precede a la vidriera del lugar. Aquí, en este lugar entre restaurant y típica brasserie, Mauro nos dio la bienvenida con su sonrisa y energía desbordante. Ya estaba completo desde temprano.
El chef alterna París con Menton dónde su restaurant, Mirazur, posee dos estrellas Michelin. El lugar, decorado con sobria elegancia, tiene un bar bien provisto, y una pared cubierta de espejos con azogue añejo, que mira al patio abierto. Su atmósfera es cálida, luce la belleza de los materiales nobles de arquitectura antigua, piedra, ladrillo, mesas de mármol, de distinto formato y cuidada disposición en el salón, iluminadas con velas y con vajilla y servilletas, inmaculadas. El revuelo de los estudiantes, que entran y salen de las escuelas de baile, así como el piano que se escucha sin invadir, le da un aire aún más atractivo al entorno.
El menú de estación, es variado y contempla muchos productos. Los vegetales como arvejas , hongos, espárragos frescos, y platos como langosta azul, pulpo, almejas con manteca de hierbas, carpaccio con cítricos, el pollo o la pesca del día, dan paso a postres dónde el dulce de leche del Río de la Plata y el buen chocolate son estrella. Buena carta de vinos. Precios razonables y muy buena relación calidad precio.
La amigable hospitalidad de Mauro y su equipo, junto con su profesional visión del buen comer, hicieron la visita a GranCoeur inolvidable y una velada perfecta. Si Paris está en su plan de viaje, visitar este restaurant, tiene que estar en su lista.
Para finalizar esta escapada, a la mañana siguiente pasé por Notre Dame. Castañas y chocolate caliente por las calles. La catedral estaba iluminada, con sus arañas y velas prendidas, y monitores gigantes para que todos los asistentes participaran de lo que ocurría en el altar mayor. Muchas veces la he visitado, y muchas veces me sorprende con alguna ceremonia de culto especial o con algún concierto. Por suerte, esto no impide al feligrés o al turista, visitarla o integrarse a la misma. Esta vez, el Obispo de París presidió la Misa y la ceremonia que recreó el lavado de pies a los Apóstoles en el jueves santo. Más allá de la fe o de las creencias de cada uno, ver esa catedral repleta de gente, iluminada, con música de un coro de jóvenes en el altar, fue una escena impactante, y un broche de oro de esta visita cortita pero que te invita a más.